divendres, 13 de maig del 2016

Nigredo, a modo de captatio benevolentiae

Nigredo, a modo de captatio benevolentiae

"Usted puede quitarle al hombre sus dioses, sólo dándole otros."
Carl Gustav Jung

imago hermética
La alquimia describe la nigredo como  la primera de las tres fases, previa a la albedo y la rubedo, en la transmutación de la materia. Está asociada a la putrefacción, a la materia prima previa a la transmutación de la materia. Liz Greene explica que la  nigredo es una etapa necesaria de un proceso de transformación personal. La calavera alquímica, el caput mortum, era el símbolo de ese proceso por el cual la materia orgánica se desintegra y se purifica dejando solo la verdadera esencia. Una esencia que contemplada en toda su bella oscuridad nos muestra que nuestros cuerpos son mortales, perecederos, que no somos eternos. Los latinos tenían unos bellos adagios para celebrar la vida: a saber, carpe diem y el collige virgo rosas. Ambos nos invitan a tomar los frutos de la vida antes que sea tarde, que la juventud y la vitalidad se hayan marchitado. Se asocia el nigredo a Saturno, al plomo, a la Luna Menguante que es cuando esta fase empieza. Saturno corre estos tiempos por Sagitario donde estará hasta el 20 de diciembre de 2017. Como uno no pasa de aficionado a la astrología les recomiendo este artículo de MareLunare sobre los efectos de Sagitario en los signos de fuego.

karma_wheel Dreampaint (Devianart)
 Como explica el siempre brillante Joseph Campbell los mitos tenían, entre otras funciones, la de reconciliación del hombre con la VIDA. La naturaleza  nos propone un trato, un pacto fáustico. A cambio de la vida nos asegura la muerte, a cambio de la inocencia de la niñez nos ofrece la conciencia de la edad adulta. El conocimiento no nos mata, pero sí nos hace conscientes de ese proceso de disolución y reintegración en el todo, en esa naturaleza que nos ha hecho nacer, en esa vida que, retomando a Campbell, se nutre y se alimenta de sí misma. Esa rueda de la vida, ese proceso de intercambio permanente de energía (E=m·c2), nos permite entrar en el mundo, existir en lo que Schopenhauer denominó, siguiendo la tradición hindú, el Velo de  Maya (el espacio y tiempo, las condiciones a priori de la sensibilidad que dijo el gran filósofo alemán I. Kant). Esa maya es una matrix, un lugar donde tiene lugar el proceso alquímico de nuestra vida. La vida entendida como vórtice, como elipsis, como eterno retorno, no como fenómeno lineal de pasado a futuro, pasando por el presente. Aquí y ahora, mañana y ayer, nacer y morir. 
Eros y Psique (W. Bouguerau)
Un proceso que biológicamente hablando nos hace evolucionar en una sola vida lo que se realizó en millones de años; en eones desde las primeras aglomeraciones de polvo estelar original hasta nuestro breve instante en el tiempo; desde un diminuto ovocito, invisible para nuestros ojos, hasta formar un cuerpo completo que crece, se alimenta, piensa,  puede reproducirse físicamente y finalmente muere. La vida como proceso, como viaje del héroe, nos proporciona aventuras, exilios, aliados, enemigos, pruebas y ordalías, mentores y guardianes del umbral. Esa vida que tenemos puede engendrar más vida biológica, un imperativo de la carne y la materia, somos los hijos de Cronos, los hijos del tiempo, aunque Saturno siempre acaba devorando a sus hijos. Pero como nos explica Platón en su banquete, en voz de Sócrates, el hombre puede engendrar belleza en las almas de los demás y ese amor es el más bello de los que existe pues está más allá de la vida terrenal, de la existencia en maya, en la rueda kármica. Puede que seamos seres espirituales en una experiencia terrenal o seres terrenals con una dimensión espiritual. Y si los mitos engendran esa belleza en psique  es porque abren al hombre a esa dimensión simbólica. El símbolo, a diferencia del ídolo, está siempre abierto de significado, fluye, como el río de Heráclito; es fuego que se agita que se enciende y se apaga según palpita el mundo. Todo desarrollo de la civilización implica en origen la creencia en mitos, que ordenados y regulados por chamanes y luego sacerdotes deviene en religión; una religión que luego es cuestionada por filósofos y eruditos que tratan de racionalizar esos mitos hasta desvirtuarlos, desnudarlos de significado para darles significante. Y como última etapa la ciencia acaba negando todos esos mitos, esa religión que ya ha muerto, y se erige en luz iluminadora, pero también en dogma arrogante y vacío. La vida se seca, la civilización se colapsa y los dioses renacen de nuevo, con nuevas formas, con nuevas máscaras, con nuevos significados. El eterno retorno de las cosas hace que el hombre no pueda escapar al mito. Que en el gran escenario del mundo deba, como Sísifo, representar la obra de sus ancestros con otros ropajes, otros decorados, pero que en el fondo nihil novum sub sole, no hay nada nuevo bajo el sol. El hombre es un ser logomítico, no racional ni irracional, sino un ser intermedio como decían los neoplatónicos, entre los animales y los dioses. Así como la filosofía era según Sócrates el camino medio entre la ignorancia y la sabiduría arrogante de los que se llamaban a si mismos sabios (sophos), la astrología y la mitología son herramientas para una hermenéutica del alma, una toma de conciencia con las fuerzas arquetípicas que operan en nuestra vida. Carl Jung decía que la astrología no debía justificar más que el hecho de corroborar que veníamos al mundo como frutos únicos, con las propiedades, virtudes (y defectos) de la estación en la que florecíamos al mundo. Vinimos al mundo a aprender, a crecer como la hierba fresca y verde que el cortador de césped (Saturno otra vez) segará cada cierto tiempo, para volver a crecer buscando el sol, pues el alma quiere salir al sol y por eso todos los seres vivos crecen hacía la luz,  ese gran misterio de la física cuántica aun por resolver. Quizás podamos, como la luz, ser a la vez onda y partícula cuando sentimos y cuando pensamos respectivamente. 
Despertar a la conciencia es algo traumático. Saturno, el "viejo diablo", trae a veces algún regalo inesperado. Liz Greene sitúa el nigredo como manifestación arquetípica de la depresión, como un proceso de muerte interior, de fin de la niñez.  Un despertar que como dice Sócrates nos prepara para un renacer a una vida más plena. Pues lo que está muerto no puede morir.